Después de algunos segundos de no creer lo que veÃa, mi mente aceptó el hecho de ver que ese hombre era yo mismo.
No alguien que lucÃa como yo. Era David.
Me acerqué para verlo mejor, aunque por alguna razón estaba seguro de que era yo mismo. El levantó la mirada con ojos llenos de lágrimas.
—Por favor…por favor, no lo haga. Por favor, no me lastime.
— ¿Qué?—Pregunté.—¿Quién eres tú? No te voy a hacer nada.
—SÃ, sà lo harás—Lloriqueó. —Vas a hacerme daño y no quiero que lo hagas—Entonces, subió los pies a la silla y comenzó a balancearse de adelante a atrás, como alguien encerrado en una institución mental. Era patético de ver, sobre todo porque era yo, idéntico en cada facción y cada aspecto.
—Escúchame, ¿quién eres? –Me pare a unos metros de mi doble. Era una experiencia extrañÃsima, estar allÃ, frente a mà mismo. No estaba asustado, pero lo estarÃa.
— ¿Por qué estás…?
—Vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme…
—¡Deja de decir eso! ¡Cálmate, ¿okey?! Vamos a tratar de solucionar esto…—Entonces lo vÃ. El David sentado en la silla estaba usando las mismas ropas que yo, excepto por un pequeñÃsimo parche en su playera, bordado con el número nueve.
—Vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme
Mis ojos ya no pudieron apartarse del pequeño número en su pecho. SabÃa exactamente lo que eso significaba. Los primeros cuartos eran simples de entrar y salir, pero conforme iba avanzando se volvieron más ambiguos. El siete fue rasguñado en la pared por mis propias manos. El ocho estaba dibujado con la sangre de mis padres. Pero el nueve…este número estaba en una persona, un ser viviente. En una persona que lucÃa exactamente igual a mÃ.
—¿David? —Pregunté.
—SÃ…y vas a lastimarme vas a lastimarme…—Siguió meciéndose y llorando.
RespondÃa a mi nombre. Era yo. TenÃa mi voz. Pero el nueve…
El cuarto no tenÃa puerta y, de la misma forma que en el cuarto seis, aquella por la que entré habÃa desaparecido. Por alguna razón, me dà cuenta de que rasguñar el número esta vez no funcionarÃa. Estudié las paredes y el piso y alrededor de la silla, agachándome para ver si habrÃa una puerta escondida. Y de alguna forma, habÃa una.
Bajo la silla, se encontraba tirado un cuchillo. Pegado a él, habÃa una etiqueta que decÃa:
Para David.
– La
gerencia.
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Lo que sentà en mi estómago al leer ese texto era casi siniestro. Me dieron tantas náuseas que por un momento la última cosa que quise hacer era tomar el cuchillo. El otro David ahora lloraba incontrolablemente. Mi mente estaba perturbada en una avalancha de preguntas imposibles de responder: ¿Quién dejó esta nota aquÃ? ¿Cómo supieron mi nombre?
Eso sin mencionar el hecho mismo de que al tiempo que estoy semi tirado en el piso, al mismo tiempo que también estoy sentado en la silla llorando de manera patética, protestando porque él mismo se iba a lastimar.
Todo era demasiado.
La casa y la gerencia habÃan estado jugando conmigo todo este tiempo. Por alguna razón, mi mente regresó a Peter, preguntándose si él habÃa llegado hasta aquÃ, hasta esta habitación. Si habrÃa conocido a otro Peter Terry lloriqueando en esta misma silla, balancéandose hacia delante y hacia atrás.
Ignoré esos pensamientos, ya no importaban. Tomé el cuchillo de debajo de la silla y en ese justo momento, el otro David quedó en silencio.
—David—Dijo con mi voz—¿Qué crees que vas a hacer?
Me puse de pie y apreté la navaja.
—Voy a salir de aquÃ.
David aún estaba sentado en la silla, aunque ahora se encontraba calmado. Me miró con una pequeña sonrisa. No supe, por un momento, si se iba a echar a reÃr o se me echarÃa encima para estrangularme. Lentamente, se levantó de la silla y me miró a los ojos.
Era inquietante.
Su estatura e incluso la forma en la que se apoyaba en los pies era igual a la mÃa. Sentà el mango del cuchillo en mi mano y lo apreté más fuerte. No sé qué pensé que harÃa con él exactamente, pero sabÃa que lo necesitaba.
—Ahora—dijo, con una voz un poco más profunda que la mÃa—Te voy a lastimar. Te haré daño y te quedarás aquà conmigo para siempre.
No le respondÃ. Me lancé sobre él, tirándolo al piso, sentándome sobre él y mirándolo fijamente, con el cuchillo listo para atravesarlo. Él me miró, aterrado. Era como mirarme al espejo.
Entonces, el zumbido regresó, bajo y distante, aunque podÃa sentirlo de nuevo en mis entrañas.
Los dos nos vimos fijamente. El zumbido se hacÃa cada vez más fuerte y algo en mà se partió. Con un solo golpe, encajé el cuchillo en su pecho y lo deslicé hacia abajo.
La oscuridad invadió el cuarto de golpe y empecé a caer. Esa negrura era algo que no habÃa expeimentado hasta ese momento. La habitación número cuatro era oscura, pero no se asemejaba siquiera a lo que me estaba engullendo.
No sabÃa siquiera si aún iba en caÃda libre después de un momento, simplemente no sentÃa mi peso, cubierto en oscuridad. Entonces, la más profunda tristeza me embargó. Me sentà perdido, deprimido y suicida.
La visión de mis padres me llenó los pensamientos. SabÃa que no era real, pero en ese punto ya me costaba bastante trabajo diferenciar lo real de lo que no lo era. Esa tristeza, solo se acentuaba.
Ese era el cuarto nueve.
Estuve en él lo que me parecieron dÃas. El último cuarto. Y supe exactamente que eso era: el fin.
La Casa sin Fin tenÃa una salida y habÃa llegado a ella. Pero en ese momento, me di por vencido. SabÃa que me quedarÃa en ese estado de suspensión por siempre, acompañado de nada más que oscuridad. Ni siquiera el zumbido estaba allà para ayudarme a mantener la cordura.
HabÃa perdido todos los sentidos al punto que no podÃa sentirme a mà mismo. No podÃa escuchar nada. La vista era completamente inútil en esa habitación. No tenÃa sabor alguno en la boca. Me sentà descarnado y completamente perdido.
SabÃa dónde estaba. Ese era el infierno. La habitación nueve era el infierno.
Entonces, sucedió.
Una luz.
Ese cliché donde la luz aparece al final de un túnel. Sentà el piso por fin debajo de mis pies. Después de unos momentos de poner mis pensamientos y sentidos en orden, como pude caminé hacia la luz.
Mientras me aproximé a ella, esta tomó forma. Era una especie de hendidura vertical al costado de una puerta que no tenÃa marca alguna. Abrà la puerta y la atravesé.
Me encontré nuevamente en el lobby de La Casa sin Fin. Estaba igual a como lo dejé: vacÃo y con decoración infantil de Halloween. Después de todo lo que habÃa sucedido esa noche, no estaba convencido de que efectivamente estaba en ese lugar, por lo que esperé.
Después de algunos momentos en los que no sucedió nada, miré la habitación, tratando de encontrar algo distinto. En el escritorio, habÃa un sobre blanco con mi nombre escrito a mano.
Con una inmensa curiosidad, pero aún muy cauteloso, reunà el valor necesario para abrirlo. Dentro, habÃa una carta, también escrita a mano.
David
Williams:
¡Felicidades!
¡Has llegado al final de La Casa sin Fin! Por favor acepta este premio como
muestra de tu gran logro.
Tuyos por
siempre,
La gerencia.
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Y con la carta, cinco billetes de 100 dólares.
Empecé a carcajearme. De hecho, creo que reà por horas. Seguà riendo mientras caminé hacia mi auto y también al conducir a casa. Reà cuando me estacioné.
Reà cuando abrà la puerta de mi casa… y reà aún más cuando vi un pequeño número diez grabado en ella.
- FIN.
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