La Casa sin Fin (VII)

Aún no podía creer lo que vi en el cuarto ocho. Una vez más, el cuarto era idéntico al número tres y seis, pero en la silla se encontraba sentado un hombre.

Después de algunos segundos de no creer lo que veía, mi mente aceptó el hecho de ver que ese hombre era yo mismo.

No alguien que lucía como yo. Era David.

Me acerqué para verlo mejor, aunque por alguna razón estaba seguro de que era yo mismo. El levantó la mirada con ojos llenos de lágrimas.

—Por favor…por favor, no lo haga. Por favor, no me lastime.

— ¿Qué?—Pregunté.—¿Quién eres tú? No te voy a hacer nada.

—Sí, sí lo harás—Lloriqueó. —Vas a hacerme daño y no quiero que lo hagas—Entonces, subió los pies a la silla y comenzó a balancearse de adelante a atrás, como alguien encerrado en una institución mental. Era patético de ver, sobre todo porque era yo, idéntico en cada facción y cada aspecto.

—Escúchame, ¿quién eres? –Me pare a unos metros de mi doble. Era una experiencia extrañísima, estar allí, frente a mí mismo. No estaba asustado, pero lo estaría.

— ¿Por qué estás…?

—Vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme…

—¡Deja de decir eso! ¡Cálmate, ¿okey?! Vamos a tratar de solucionar esto…—Entonces lo ví. El David sentado en la silla estaba usando las mismas ropas que yo, excepto por un pequeñísimo parche en su playera, bordado con el número nueve.

—Vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme vas a lastimarme

Mis ojos ya no pudieron apartarse del pequeño número en su pecho. Sabía exactamente lo que eso significaba. Los primeros cuartos eran simples de entrar y salir, pero conforme iba avanzando se volvieron más ambiguos. El siete fue rasguñado en la pared por mis propias manos. El ocho estaba dibujado con la sangre de mis padres. Pero el nueve…este número estaba en una persona, un ser viviente. En una persona que lucía exactamente igual a mí.

—¿David? —Pregunté.

—Sí…y vas a lastimarme vas a lastimarme…—Siguió meciéndose y llorando.

Respondía a mi nombre. Era yo. Tenía mi voz. Pero el nueve…

El cuarto no tenía puerta y, de la misma forma que en el cuarto seis, aquella por la que entré había desaparecido. Por alguna razón, me dí cuenta de que rasguñar el número esta vez no funcionaría. Estudié las paredes y el piso y alrededor de la silla, agachándome para ver si habría una puerta escondida. Y de alguna forma, había una.

Bajo la silla, se encontraba tirado un cuchillo. Pegado a él, había una etiqueta que decía:




Para David.

– La gerencia.


Lo que sentí en mi estómago al leer ese texto era casi siniestro. Me dieron tantas náuseas que por un momento la última cosa que quise hacer era tomar el cuchillo. El otro David ahora lloraba incontrolablemente. Mi mente estaba perturbada en una avalancha de preguntas imposibles de responder: ¿Quién dejó esta nota aquí? ¿Cómo supieron mi nombre?

Eso sin mencionar el hecho mismo de que al tiempo que estoy semi tirado en el piso, al mismo tiempo que también estoy sentado en la silla llorando de manera patética, protestando porque él mismo se iba a lastimar.

Todo era demasiado.

La casa y la gerencia habían estado jugando conmigo todo este tiempo. Por alguna razón, mi mente regresó a Peter, preguntándose si él había llegado hasta aquí, hasta esta habitación. Si habría conocido a otro Peter Terry lloriqueando en esta misma silla, balancéandose hacia delante y hacia atrás.

Ignoré esos pensamientos, ya no importaban. Tomé el cuchillo de debajo de la silla y en ese justo momento, el otro David quedó en silencio.

—David—Dijo con mi voz—¿Qué crees que vas a hacer?

Me puse de pie y apreté la navaja.

—Voy a salir de aquí.

David aún estaba sentado en la silla, aunque ahora se encontraba calmado. Me miró con una pequeña sonrisa. No supe, por un momento, si se iba a echar a reír o se me echaría encima para estrangularme. Lentamente, se levantó de la silla y me miró a los ojos.

Era inquietante.

Su estatura e incluso la forma en la que se apoyaba en los pies era igual a la mía. Sentí el mango del cuchillo en mi mano y lo apreté más fuerte. No sé qué pensé que haría con él exactamente, pero sabía que lo necesitaba.

—Ahora—dijo, con una voz un poco más profunda que la mía—Te voy a lastimar. Te haré daño y te quedarás aquí conmigo para siempre.

No le respondí. Me lancé sobre él, tirándolo al piso, sentándome sobre él y mirándolo fijamente, con el cuchillo listo para atravesarlo. Él me miró, aterrado. Era como mirarme al espejo.



Entonces, el zumbido regresó, bajo y distante, aunque podía sentirlo de nuevo en mis entrañas.

Los dos nos vimos fijamente. El zumbido se hacía cada vez más fuerte y algo en mí se partió. Con un solo golpe, encajé el cuchillo en su pecho y lo deslicé hacia abajo.

La oscuridad invadió el cuarto de golpe y empecé a caer. Esa negrura era algo que no había expeimentado hasta ese momento. La habitación número cuatro era oscura, pero no se asemejaba siquiera a lo que me estaba engullendo.

No sabía siquiera si aún iba en caída libre después de un momento, simplemente no sentía mi peso, cubierto en oscuridad. Entonces, la más profunda tristeza me embargó. Me sentí perdido, deprimido y suicida.

La visión de mis padres me llenó los pensamientos. Sabía que no era real, pero en ese punto ya me costaba bastante trabajo diferenciar lo real de lo que no lo era. Esa tristeza, solo se acentuaba.

Ese era el cuarto nueve.

Estuve en él lo que me parecieron días. El último cuarto. Y supe exactamente que eso era: el fin.

La Casa sin Fin tenía una salida y había llegado a ella. Pero en ese momento, me di por vencido. Sabía que me quedaría en ese estado de suspensión por siempre, acompañado de nada más que oscuridad. Ni siquiera el zumbido estaba allí para ayudarme a mantener la cordura.

Había perdido todos los sentidos al punto que no podía sentirme a mí mismo. No podía escuchar nada. La vista era completamente inútil en esa habitación. No tenía sabor alguno en la boca. Me sentí descarnado y completamente perdido.

Sabía dónde estaba. Ese era el infierno. La habitación nueve era el infierno.

Entonces, sucedió.

Una luz.

Ese cliché donde la luz aparece al final de un túnel. Sentí el piso por fin debajo de mis pies. Después de unos momentos de poner mis pensamientos y sentidos en orden, como pude caminé hacia la luz.

Mientras me aproximé a ella, esta tomó forma. Era una especie de hendidura vertical al costado de una puerta que no tenía marca alguna. Abrí la puerta y la atravesé.

Me encontré nuevamente en el lobby de La Casa sin Fin. Estaba igual a como lo dejé: vacío y con decoración infantil de Halloween. Después de todo lo que había sucedido esa noche, no estaba convencido de que efectivamente estaba en ese lugar, por lo que esperé.

Después de algunos momentos en los que no sucedió nada, miré la habitación, tratando de encontrar algo distinto. En el escritorio, había un sobre blanco con mi nombre escrito a mano.

Con una inmensa curiosidad, pero aún muy cauteloso, reuní el valor necesario para abrirlo. Dentro, había una carta, también escrita a mano.



David Williams:

¡Felicidades! ¡Has llegado al final de La Casa sin Fin! Por favor acepta este premio como muestra de tu gran logro. 

Tuyos por siempre,
La gerencia.


Y con la carta, cinco billetes de 100 dólares.







Empecé a carcajearme. De hecho, creo que reí por horas. Seguí riendo mientras caminé hacia mi auto y también al conducir a casa. Reí cuando me estacioné.

Reí cuando abrí la puerta de mi casa… y reí aún más cuando vi un pequeño número diez grabado en ella.













- FIN.




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TheIronbird

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