La casa sin fin (III)

Mientras me adentré al quinto cuarto, comencé a escuchar todo lo que cualquiera escucharía en un bosque: el sonido de los insectos y el batir de alas de los pájaros eran mi única compañía allí dentro.



Seguí caminando, esperando que después del siguiente árbol que pasara pudiera ver la puerta de salida. Después de algunos momentos, sentí un mosquito posarse en mi brazo. Lo espanté y seguí caminando. Segundos después, diez mosquitos más se pararon sobre mí pero en distintas partes de mi cuerpo.

Los sentí trepárseme a los brazos y a las piernas e incluso algunos sobre mi cara. Me sacudí con fiereza para quitármelos de encima, pero seguían acosándome. Finalmente, volteé a verlos para simplemente dejar salir un grito ahogado: no había un solo insecto. No tenía ningún insecto, ni mosquito ni nada, sobre mí. Pero podía sentirlos claramente.

Podía escucharlos volar, con su molesto zumbido, y parándoseme en la cara, la nariz, las mejillas, pero no había nada allí.

Comencé a sentir más y más insectos sobre mí, y escucharlos alrededor…me tiré al suelo y comencé a rodar, tratando de quitármelos de encima, desesperado. Odio a los insectos, especialmente aquellos que no puedo ver o tocar, pero en ese momento estaban sobre mí.


Me tiré al piso y comencé a arrastrarme. No sabía ni siquiera hacia dónde dirigirme, la entrada ya no era visible y aún no había ubicado la salida. Así que solo seguí arrastrándome, con la sensación en mi piel de los bichos fantasmales.



Después de lo que me pareció una eternidad, encontré la puerta. Como pude, me agarré del primer árbol que estaba cerca y me levanté, aun sacudiendo los insectos fuera de mis brazos y piernas, sin conseguir que la sensación se fuera. Quise correr, pero no pude, estaba exhausto tras arrastrarme y por tratar de quitarme lo que sea que estuviera sobre mí. Tembloroso, di unos cuantos pasos hacia la puerta, agarrándome de las ramas alrededor como bastón.

Estando a unos metros de la salida, lo escuché. El zumbido de antes. Venía justo del cuarto siguiente, y era mucho más profundo. Casi podía sentirlo dentro de mi cuerpo, como cuando sientes en las tripas las vibraciones de la música al estar cerca de una bocina. La sensación de los insectos sobre mí disminuía conforme el sonido se incrementaba.

Cuando puse mi mano sobre el picaporte, me di cuenta de que si me quedaba, los insectos regresarían y no habría forma de volver al cuarto número cuatro. Me quedé parado allí, mi mano presionando la puerta marcada con el número seis y mi mano temblorosa sobre el pomo. El zumbido ahora era tan fuerte que ni siquiera podía escuchar mis pensamientos, pero no tenía otra opción que seguir. La sexta puerta se abrió.

Y el cuarto seis era el infierno.

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TheIronbird

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