Si conduces por todo Helk’s Brow al noreste de Inglaterra, cerca de Lowgill, en el solsticio de verano y al anochecer, te puedes topar con algo muy peculiar.
Portones rústicos de hierro, con pintura negra ya descascarándose. El letrero que se dice puede leerse, en letras inteligibles, casi borradas:
Muchos conductores ingenuos pueden simplemente pasar de largo la vieja y deteriorada entrada sin poner mayor atención, pero si sabes lo que estás buscando, con algo de suerte…quizá lo encuentres.
Los avistamientos de esas puertas han sido pocos y muy distanciados entre sÃ, y los testimonios de lo que se esconde tras de ellas son aún más escasos, por lo que encontrar información sobre eso es casi imposible. Después de pensarlo cuidadosamente, decidà ir en persona, aunque no muy convencido, y vivir de primera mano una experiencia en ese lugar.
Cuando el dÃa llegó, un 21 de diciembre de 2004, el clima no era el mejor. Niebla espesa, bajas temperaturas y una ligera llovizna, de ese tipo de lluvia que te va empapando sin que siquiera lo notes.
Conduje por todo el camino a velocidad moderada, por ahà de las 6:40 de la tarde. No estaba completamente oscuro, pues aún habÃa algo de luz en el horizonte. Sin embargo, supuse que calificaba como “al anochecer”. Después de 15 minutos de observar con mucho cuidado los lados del camino por una abertura entre los árboles, mi corazón latió con fuerza. Ahà estaba.
Tal como lo describÃan en las historias que leÃ, era un enorme portón de puertas de hierro negras, sin caracterÃsticas especiales además del letrero “El parque de aguas negras: cerrado”. Debido a la neblina, no podÃa ver más allá de las puertas, solo un pequeño puente que pasaba por encima de aguas quietas y fangosas, cuya tranquilidad solo era perturbada por la caÃda de las pequeñas gotas sobre la superficie.
Las puertas no estaban cerradas, solo bastó un ligero empujón para abrirlas y estas chillaron de forma inquietante mientras comencé a entrar. Sentà una brisa frÃa que me hizo tener escalofrÃos por un momento.
Caminé muy despacio por el angosto terreno que formaba un camino entre el pasto alto y muerto. Llegué al puente que pude ver desde afuera y estaba hecho de tablas delgadas, cubierto de liquen grisáceo y colgaba sobre agua estancada y putrefacta.
Caminé con cuidado sobre el puente, esperando que la madera no se partiera con mi peso y me hiciera caer a las frÃas profundidades. Afortunadamente, logré cruzar y pisé el otro extremo del camino de terracerÃa que conducÃa hacia un montón de árboles.
Decidà seguir adelante, con mi pulso aumentando constantemente. El único sonido que podÃa escuchar era el de mis propios pasos en la tierra y de vez en cuando algún crujido que provenÃa de los árboles, lo que me hacÃa brincar de repente.
Después de un minuto o dos de caminar sobre ese terreno boscoso, escuché cómo la lluvia iba aumentando en intensidad. Escuché las pesadas gotas golpear la tierra seca. Me puse la capucha de la chamarra y continué caminando.
El sonido de la lluvia me reconfortaba y calmaba un poco la tensión, mientras que al mismo tiempo el silencio casi mortal me hacÃa sentir levemente incómodo. La oscuridad ya habÃa caÃdo por completo, pero mis ojos se habÃan acostumbrado a ella, por lo que podÃa más o menos ver el camino frente a mÃ, haciéndose más angosto entre los árboles. Una sensación de terror hizo que se me revolvieran las entrañas, pero lo ignoré, considerándolo un miedo irracional.
Continué caminando, hasta que…
…me congelé en mi sitio y entrecerré los ojos, para asegurarme si lo que estaba viendo no era una ilusión.
HabÃa una pequeña cabaña, frente a mÃ, de unos 10 o 15 metros cuadrados. Al darme cuenta de esto, esa sensación en mi estómago regresó de golpe y me hizo jadear y temblar.
Muchos pensamientos inmediatamente inundaron mi mente y consideré dar media vuelta y regresar a casa, pero en mi estado de pánico simplemente perdà de vista el camino por el que habÃa llegado allÃ. El viento y la lluvia cesaron y el silencio regreso. Total y absoluto silencio.
PodrÃa escuchar los latidos de mi corazón pulsando en mi sien. PodÃa escuchar cada inhalación y exhalación de mi aliento.
Ignorando lo más posible mi terror, me forcé a caminar hacia la cabaña. Me percaté de que habÃa una ventana al lado de la descuidada edificación y me asomé por ella, mirando a través de los sucios vidrios. Un crujido me hizo saltar de miedo, pero me di cuenta de que habÃa sido yo, al pisar algo que no pude distinguir, debido a la oscuridad.
Volvà a intentar ver el interior de la cabaña, pero no habÃa movimiento. Haciendo lo mejor posible para que no me inundara el miedo, me acerqué con sumo cuidado a la puerta sin candado y giré de la perilla. Ésta se abrió con un leve chillido que me pareció espantosamente ruidoso, considerando el silencio del bosque y la oscuridad.
Lentamente, entré, con un pie por delante, sintiendo el piso de madera, tratando de no hacer ningún ruido. Lentamente, movà mi tembloroso cuerpo hacia la estancia. Con las manos, palpé alrededor de las paredes en la oscuridad, moviéndome lentamente. Muy lentamente.
La mitad de la habitación estaba vacÃa, hasta donde pude sentirlo, y a ciegas comencé a explorar la otra mitad con mis manos frÃas, cuando de pronto sentà mis dedos tocar…algo.
Algo hecho de madera y con una superficie tensa encima. Aunque en apariencia era algo perfectamente normal, me asustó aún más. Mientras exploraba el objeto con mis manos, me di cuenta de que se trataba de algún tipo de cama, como cualquiera esperarÃa en una cabaña solitaria. Me movà alrededor, revisando la cama individual tratando de encontrar si habÃa alguien más echado allÃ. No habÃa nadie.
Me senté en la cama, y de pronto me di cuenta de lo exhausto que me encontraba.
Después de un minuto o dos de quedarme allÃ, inmóvil, solo respirando, mi mente consideró simplemente que podÃa echarme a dormir en ese solitario lugar. Después de todo, la cama estaba sorprendentemente seca y cómoda para estar en un lugar tan arruinado y aislado como ese.
Esas ideas fueron lo único en mi mente, por lo que lentamente subà las piernas al colchón, sintiendo mi peso dispersarse sobre la superficie y la presión sobre mis pies desaparecer. Mientras me ponÃa cómodo, recostado sobre mi espalda, mis ojos se ajustaron a la oscuridad nuevamente y miré hacia el pie de la cama.
Una pálida y cadavérica figura se inclinaba hacia mÃ, desde la esquina.
Portones rústicos de hierro, con pintura negra ya descascarándose. El letrero que se dice puede leerse, en letras inteligibles, casi borradas:
El Parque de las Aguas Negras: cerrado.
Muchos conductores ingenuos pueden simplemente pasar de largo la vieja y deteriorada entrada sin poner mayor atención, pero si sabes lo que estás buscando, con algo de suerte…quizá lo encuentres.
Los avistamientos de esas puertas han sido pocos y muy distanciados entre sÃ, y los testimonios de lo que se esconde tras de ellas son aún más escasos, por lo que encontrar información sobre eso es casi imposible. Después de pensarlo cuidadosamente, decidà ir en persona, aunque no muy convencido, y vivir de primera mano una experiencia en ese lugar.
Cuando el dÃa llegó, un 21 de diciembre de 2004, el clima no era el mejor. Niebla espesa, bajas temperaturas y una ligera llovizna, de ese tipo de lluvia que te va empapando sin que siquiera lo notes.
Conduje por todo el camino a velocidad moderada, por ahà de las 6:40 de la tarde. No estaba completamente oscuro, pues aún habÃa algo de luz en el horizonte. Sin embargo, supuse que calificaba como “al anochecer”. Después de 15 minutos de observar con mucho cuidado los lados del camino por una abertura entre los árboles, mi corazón latió con fuerza. Ahà estaba.
Tal como lo describÃan en las historias que leÃ, era un enorme portón de puertas de hierro negras, sin caracterÃsticas especiales además del letrero “El parque de aguas negras: cerrado”. Debido a la neblina, no podÃa ver más allá de las puertas, solo un pequeño puente que pasaba por encima de aguas quietas y fangosas, cuya tranquilidad solo era perturbada por la caÃda de las pequeñas gotas sobre la superficie.
Las puertas no estaban cerradas, solo bastó un ligero empujón para abrirlas y estas chillaron de forma inquietante mientras comencé a entrar. Sentà una brisa frÃa que me hizo tener escalofrÃos por un momento.
Caminé muy despacio por el angosto terreno que formaba un camino entre el pasto alto y muerto. Llegué al puente que pude ver desde afuera y estaba hecho de tablas delgadas, cubierto de liquen grisáceo y colgaba sobre agua estancada y putrefacta.
Caminé con cuidado sobre el puente, esperando que la madera no se partiera con mi peso y me hiciera caer a las frÃas profundidades. Afortunadamente, logré cruzar y pisé el otro extremo del camino de terracerÃa que conducÃa hacia un montón de árboles.
Decidà seguir adelante, con mi pulso aumentando constantemente. El único sonido que podÃa escuchar era el de mis propios pasos en la tierra y de vez en cuando algún crujido que provenÃa de los árboles, lo que me hacÃa brincar de repente.
Después de un minuto o dos de caminar sobre ese terreno boscoso, escuché cómo la lluvia iba aumentando en intensidad. Escuché las pesadas gotas golpear la tierra seca. Me puse la capucha de la chamarra y continué caminando.
El sonido de la lluvia me reconfortaba y calmaba un poco la tensión, mientras que al mismo tiempo el silencio casi mortal me hacÃa sentir levemente incómodo. La oscuridad ya habÃa caÃdo por completo, pero mis ojos se habÃan acostumbrado a ella, por lo que podÃa más o menos ver el camino frente a mÃ, haciéndose más angosto entre los árboles. Una sensación de terror hizo que se me revolvieran las entrañas, pero lo ignoré, considerándolo un miedo irracional.
Continué caminando, hasta que…
…me congelé en mi sitio y entrecerré los ojos, para asegurarme si lo que estaba viendo no era una ilusión.
HabÃa una pequeña cabaña, frente a mÃ, de unos 10 o 15 metros cuadrados. Al darme cuenta de esto, esa sensación en mi estómago regresó de golpe y me hizo jadear y temblar.
Muchos pensamientos inmediatamente inundaron mi mente y consideré dar media vuelta y regresar a casa, pero en mi estado de pánico simplemente perdà de vista el camino por el que habÃa llegado allÃ. El viento y la lluvia cesaron y el silencio regreso. Total y absoluto silencio.
PodrÃa escuchar los latidos de mi corazón pulsando en mi sien. PodÃa escuchar cada inhalación y exhalación de mi aliento.
Ignorando lo más posible mi terror, me forcé a caminar hacia la cabaña. Me percaté de que habÃa una ventana al lado de la descuidada edificación y me asomé por ella, mirando a través de los sucios vidrios. Un crujido me hizo saltar de miedo, pero me di cuenta de que habÃa sido yo, al pisar algo que no pude distinguir, debido a la oscuridad.
Volvà a intentar ver el interior de la cabaña, pero no habÃa movimiento. Haciendo lo mejor posible para que no me inundara el miedo, me acerqué con sumo cuidado a la puerta sin candado y giré de la perilla. Ésta se abrió con un leve chillido que me pareció espantosamente ruidoso, considerando el silencio del bosque y la oscuridad.
Lentamente, entré, con un pie por delante, sintiendo el piso de madera, tratando de no hacer ningún ruido. Lentamente, movà mi tembloroso cuerpo hacia la estancia. Con las manos, palpé alrededor de las paredes en la oscuridad, moviéndome lentamente. Muy lentamente.
La mitad de la habitación estaba vacÃa, hasta donde pude sentirlo, y a ciegas comencé a explorar la otra mitad con mis manos frÃas, cuando de pronto sentà mis dedos tocar…algo.
Algo hecho de madera y con una superficie tensa encima. Aunque en apariencia era algo perfectamente normal, me asustó aún más. Mientras exploraba el objeto con mis manos, me di cuenta de que se trataba de algún tipo de cama, como cualquiera esperarÃa en una cabaña solitaria. Me movà alrededor, revisando la cama individual tratando de encontrar si habÃa alguien más echado allÃ. No habÃa nadie.
Me senté en la cama, y de pronto me di cuenta de lo exhausto que me encontraba.
Después de un minuto o dos de quedarme allÃ, inmóvil, solo respirando, mi mente consideró simplemente que podÃa echarme a dormir en ese solitario lugar. Después de todo, la cama estaba sorprendentemente seca y cómoda para estar en un lugar tan arruinado y aislado como ese.
Esas ideas fueron lo único en mi mente, por lo que lentamente subà las piernas al colchón, sintiendo mi peso dispersarse sobre la superficie y la presión sobre mis pies desaparecer. Mientras me ponÃa cómodo, recostado sobre mi espalda, mis ojos se ajustaron a la oscuridad nuevamente y miré hacia el pie de la cama.
Una pálida y cadavérica figura se inclinaba hacia mÃ, desde la esquina.