La cara blanca de la ventana

El invierno pasado, mientras caminaba en un parque cerca de mi edificio me topé con unos cinco niños pequeños tratando de romper algo con un martillo. Está bien, acepto que los niños de Chicago son quizá un poco más violentos que los demás, pero no había visto ese tipo de acciones en el vecindario. Troté hacia ellos, movido por la curiosidad, sí, pero también para asegurarme de que no estuvieran torturando a alguna pobre ardilla o paloma.

De haber sabido el tipo de cosa con la que me metería, probablemente me hubiera ido a encerrar a la casa.

Uno de los chicos sostenía una especie de tabla de madera oscura, cubierta con pintura negra, sujetándola estirando sus brazos y volteando la cabeza con los ojos cerrados. Otro de ellos (si mal no recuerdo sus amigos lo llamaban Peter o Paul) le arrebató de forma agresiva el martillo al niño que inicialmente había golpeado la tabla, mientras los otros dos observaban sin decir nada.

A pesar de todos los golpes y las discusiones, la superficie de la tabla lucía perfectamente lisa e intacta, al menos desde el ángulo desde el que me acerqué. Usé mi tono de voz más adulto y regañón que pude y les pedí a los niños que dejaran de gritar y de pelear con el martillo tras lo cual les pregunté que qué diablos trataban de hacer.

El niño que sostenía el martillo (Peter o Paul) me miró y me dijo:

—Vamos a romper el mal en seis pedazos y enterrarlo en el bosque.

Me quedé sorprendido, pero divertido a la vez. Me di cuenta de que ya había visto algo como eso en la televisión y me reí un poco mientras les preguntaba:

—¿Así que ustedes creen que este tablón es el diablo, niños?...

Peter o Paul se molestó de forma muy evidente ante mi pregunta, y dijo algo así como:

— ¿Eres estúpido o qué? ¡Eso no es ningún tablón!

Cuando le eché un nuevo vistazo a la tabla de cerca, estaba sorprendido de ver que no estaba completamente cubierta de pintura negra, como pensé al principio. De hecho estaba rayada a mano casi al punto de estar completamente tapada con palabras en un idioma que no me resultaba familiar. Lucía vagamente asiático o árabe…Casi todo me era desconocido salvo por lo que se encontraba en las esquinas superiores derecha e izquierda: dibujos muy detallados del sol y la luna.

Al centro de éstos había rostros perturbadores sin expresión. Mientras pensé en ese último detalle, me quedó claro que esa tabla era ni más ni menos que algún tipo de Ouija antigua hecha a mano.

Peter o Paul me explicó que su abuelo era dueño de una tienda de antigüedades y que estaba agonizando. Le había pedido a su hija (la madre del niño) que sacara la tabla de la caja fuerte de la tienda, que la partiera en seis y que se deshiciera de ella inmediatamente, enterrando cada pieza en el bosque a no menos de un kilómetro y medio de distancia entre cada una. El anciano nunca dijo por qué debía hacerse eso, pero se refería a la tabla como “el mal de madera”.

Cuando la mujer se rehusó pensando, como cualquier persona racional, en lo ridículo que sería hacer eso, el abuelo se los encomendó al niño y a sus amigos, dándoles la llave de la tienda y la combinación de la caja. Recuerdo que el chico me dijo que estaba decepcionado pues él siempre creyó que la caja fuerte contenía algún antiguo tesoro pirata.

Una vez que sacaron la tabla de donde estaba guardada, los niños tuvieron que enfrentar dos problemas. En primer lugar, la tabla era dura como la piedra y la decisión sobre la mejor forma de romperla se había transformado en una gran discusión ahora que el martillo había fallado. Por otro lado, los bosques en Chicago son pocos y los bosques lo suficientemente grandes como para enterrar cosas con la distancia requerida eran aún más escasos.

A pesar de creer que probablemente meterme en los asuntos de un grupo de niños y sus problemas familiares que involucraban un martillo y un pedazo de madera no era la buena idea, decidí que la mejor opción era romper esa cosa yo mismo y asegurarme de que los niños no se lastimaran para así poder seguir mi camino.

Sin embargo, eso resultó ser extremadamente difícil. Recuerdo que pensé que la tabla seguramente estaba reforzada con algún recubrimiento de acero o algo. Mientras golpeaba la cosa con el martillo por enésima vez, recordé que tenía una sierra que había comprado dos años antes para quitar una rama rota y que no había tocado desde entonces.

Les pedí a los niños que se quedaran allí y corrí a mi edificio. Cuando regresé, estaba nevando y los chicos estaban recogiendo la nieve y arrojándosela entre sí. El invierno había sido inusualmente cálido y creo que ese era el inicio de la única tormenta de nieve que tuvimos ese año, si recuerdo bien. Los cinco niños siguieron jugando en la nieve mientras me dispuse a partir la tabla con mi sierra.

Tomó mucho más tiempo de lo normal, pero al final funcionó. Cuando la primera pieza se desprendió, la recogí y observé que las fibras de la madera que había cortado no lucían como nada que hubiera visto antes, con una forma espiral muy distintiva, que aún conservo en mi mente. La madera que no estaba manchada tenía un color café rojizo muy oscuro.

Cuando finalmente la tabla estaba trozada en seis partes, Peter (o Paul) tomó la esquina con el dibujo del sol y entonces él y uno de sus amigos corrieron una distancia corta dentro del área boscosa del parque y la enterraron a más o menos treinta centímetros del suelo. Mientras hacían esto, los otros niños me explicaron que estaban pensando pasar el día tomando el tren y llevando las piezas a las diferentes áreas con bosque que habían localizado.

Lo único que necesitaban era un lugar dónde poner la sexta pieza y aún no habían dado con uno. Como era domingo, me ofrecí a hacerlo en camino al trabajo el día siguiente y ellos estuvieron de acuerdo en que era un buen plan. Entonces caminaron hacia el norte y los vi entrar a una estación de la línea azul. Nunca más volví a verlos.

Más tarde por la noche, cayó una violenta tormenta de nieve y recuerdo que me quedé pensando, esperando no haber cometido un error al haberlos dejado ir solos. Pero, un adulto desconocido con un montón de chiquillos del vecindario suele darle a la gente una idea extraña, independientemente de si éste está de hecho procurando su seguridad. Me quedé con la esperanza de que ellos hubieran terminado su labor antes de que la tormenta comenzara.

La esquina de la tabla, con la que me había quedado, era aquella con la luna pintada, sin expresión. Había, de hecho, planeado enterrarla, lo juro, pero todo el lugar quedó cubierto de nieve a la mañana siguiente y el pedazo de madera terminó en el cajón de mi buró.

No sé si alguna vez has estado en Chicago durante una tormenta de nieve en invierno, pero cuando eso pasa, el gobierno suele enviar enormes barredoras para empujar esa nieve, creando montañas de ésta cerca de los estacionamientos, lo cual hace que nadie sea capaz de mover su vehículo por al menos dos días.

Así pues, el día transcurrió con total normalidad, pero conforme se aproximaba la noche me comenzó a envolver la inquietante sensación de que alguien me miraba a través de la ventana de mi sala. Constantemente miraba en esa dirección, esperando ver a alguien asomándose y mirándome, a pesar de vivir en un tercer piso y de que mi ventana diera a la calle. Después de un rato, ignoré esa idea y creo que me fui a dormir por ahí de las once.

Alrededor de la una, me desperté al escuchar el sonido de una máquina encendiéndose ruidosamente y asumí que era la calefacción, que tal vez se había sobrecalentado debido a la tormenta. Me levanté y puse mi oreja cerca de la ventila, pero el sonido no provenía de ahí. Caminé a la sala para revisar el termostato e inmediatamente se me pusieron los pelos de punta y mi cuerpo se puso alerta. El sonido venía de la dirección de la ventana de esa habitación. Cuando volteé, miré la fantasmagórica imagen de una cara blanca con una gran boca y agujeros negros como ojos del otro lado del vidrio. Rápidamente encendí la luz y la cara desapareció. El sonido mecánico también empezó a desaparecer.

Me pregunté si habría sido mi imaginación. Cuando era más chico, tuve un episodio de «parálisis de sueño» en donde fui testigo, a través de la ventana de mi cuarto, de cómo un árbol se comía al perro de mi vecino, pero cuando pude moverme el árbol había regresado a la normalidad y el perro se encontraba perfectamente bien. ¿Habría sido algo similar?

No obstante, casi no pude dormir durante el resto de la noche, pues creí escuchar aún el sonido mecánico en la distancia.

La siguiente noche, estuve mucho más tranquilo y me quedé dormido en mi cama alrededor de la media noche. Desperté de nuevo, aterrorizado, por aquel zumbido mecánico de la noche anterior, que se escuchaba aún más fuerte.

Me senté en la cama y vi de nuevo la cara blanca con ojos hundidos del otro lado de la ventana, cerca del pie de mi cama, a casi un metro de donde me encontraba acostado. No tenía cuello, brazos, torso, nada. Solo parecía flotar sobre las luminarias de la calle, haciendo ese horrible sonido.

Instintivamente, cerré las cortinas pero el sonido continuaba. Recordando lo que había sucedido la noche anterior, corrí al interruptor y prendí la luz. El sonido lentamente dejó de escucharse, pero tuve miedo de abrir las cortinas por el resto de la noche.

A la mañana siguiente, tampoco tuve chance de hacer muchas cosas porque mi carro seguía enterrado bajo la nieve, pero no tuve que salir para nada de la zona donde vivía. Estaba seguro que la cara iba a volver a aparecer, así que de alguna forma me preparé para eso. Me dirigí a una tienda de deportes del vecindario y compré una caja de municiones para una pistola .22 que no había usado en años.

No era mucho, pero era mejor que nada. También compré algunas pastillas de cafeína y una bolsa de café.

Antes de que anocheciera, decidí armar un improvisado campamento en mi sala, con la pistola y la cafetera a un lado. Me tomé una de las pastillas que compré y puse a funcionar una grabadora de audio que a veces utilizaba para trabajar. No tenía cámara de video y la función de grabar video de mi celular no funcionaba, así que lo mejor que podía hacer era tratar de tomar algunas fotos en la oscuridad con el teléfono en caso de que la cara volviera a aparecer.

Eso volvió a mostrarse alrededor de las tres de la mañana. El efecto de la cafeína estaba comenzando a desaparecer cuando escuché el zumbido aproximándose desde la distancia. Agarré la pistola con una mano y el celular con la otra, pero la cara no apareció en la ventana. Comencé a preguntarme si estaría afuera de la ventana de mi habitación, y mientras me moví en la oscuridad hacia la puerta del cuarto, el sonido se hizo más intenso.

Sin embargo, cuando entré allí la puerta se azotó y cerró detrás de mí y escuché vidrios romperse en la sala. De pronto, el departamento se inundó con los sonidos de cosas siendo quebrándose, siendo, aplastadas y desgarradas. El zumbido mecánico era ensordecedor y cubrí uno de mis oídos y volteé mientras apretaba la manija de la puerta, pero ésta no se abría, como si la puerta hubiera sido sellada.

Después de unos treinta segundos, le di un par de patadas a para abrirla. Inmediatamente, los golpes y los azotes cesaron, pero el cuarto en sí había quedado hecho pedazos. Cuando miré a través de la ventana rota, vi la cara una última vez, mirándome fijamente desde el otro lado de mis persianas venecianas rotas.

La cosa abrió la boca, enseñando una profunda caverna oscura, cuya visión no quisiera volver a ver, y el sonido se hizo más y más fuerte mientras pude tomar una sola fotografía con mi cámara antes de que el flash se echara a perder.

En un instante, el rostro se había ido.

Todo lo que tengo para probar mi historia es una sola foto borrosa y el audio tomado con mi grabadora durante esos últimos minutos. Pero lo que más me asustó fue ver que aquel pedazo de tabla con el dibujo de la luna estaba sobre los escombros, en el centro de mi sala, el rostro ahora mostrando una expresión idéntica a lo que había visto tras mi ventana con la inmensa, profunda y cavernosa boca abierta.

[La cara blanca en la ventana]




[Sonido de la cara blanca de la ventana]

La mañana siguiente, la enterré en el bosque.













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TheIronbird

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